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| LOS PSIQUIATRAS TAMBIÉN SOMOS HUMANOS | |||
| Pablo Alberto Chalela Mantilla, M.D. | |||
| MÉDICO PSIQUIATRA | |||
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Muchos sentimientos y muchas sensaciones han pasado. Sin embargo éstos no han desaparecido y cada vez más surgen nuevos pensamientos frente a una realidad que tuve que sortear después de conocer el diagnóstico de mi enfermedad, iniciada casi cuatro meses antes de saberlo: el cáncer. El 21 de agosto de 2007, me dieron la noticia de estar padeciendo un Linfoma no Hodgkin, de células grandes de tipo B indiferenciado CD 30. Estaban mi organismo físico y mi mente tan adormecidos, por la cantidad de analgésicos formulados, que mi reacción se fue despertando progresivamente; el golpe anímico estaba alimentando un profundo terror al ir comprendiendo la dimensión y las consecuencias que esto producía. Poco a poco se me fue aclarando el panorama y el horizonte de vida ante la posibilidad de una muerte inminente; todo se cruzó y se deslizó a través de mi pensamiento; se mezcló el pavor con el cierto alivio de entender de que se trataba ese intenso dolor, nada aguantable, que soportaba desde meses atrás, en la región inguinal izquierda de mi cuerpo asociado a muchísimas molestias lumbares y gastrointestinales. Aparece lo que fue y denominé “el terremoto emocional y físico” de mi vida. Las “réplicas” han continuado, pero cada vez son más leves. Asoma la dimensión de “otra” vida; me doy cuenta que hay un vuelco de 180 grados en mi existencia. Vienen los exámenes clínicos, tanto confirmatorios, como aclaratorios como también los destinados para la clasificación de mi enfermedad y así desarrollar estrategias terapéuticas; en una semana “sufrí” toda la experiencia de la medicina que me enseñaron en la facultad, sobre el cuerpo y, sus enfermedades y abordajes clínicos; acontece la colocación de la venoclisis, alternándolas en ambas manos, las biopsias pertinentes, la laparotomía exploratoria para la obtención a través de una biopsia la clasificación del tumor y para complementar pasa por enfrente de mis ojos la travesía, de innumerables profesionales de la medicina, de la enfermería y de bacteriología con sus múltiples y variadas perspectivas tanto diagnósticas como pronósticos. La verdad, lo admito, fue un martirio total. La tristeza y el dolor no se hicieron esperar; sentí como si se me presentara una “ futura despedida...”. Los días pasan y las reflexiones y los pensamientos se van organizando; mi familia empieza a ser la fracción clave de mi enfrentamiento ante lo que se me avecina. Mi esposa y mis hijos son el apoyo fundamental; el eje por donde, siento yo, se sostendrá mi lucha frente al mal. Mis hermanos se constituyen como el ejemplo para la fortaleza que debo construir...ellos me escuchan...sufren pero con una solidaridad hecha a toda prueba...mi madre con su sabiduría, su amor y su vitalidad está presente a cada instante. Otro horizonte y otra esperanza muy grande se abre delante de mi vida...mi fe católica: entrego todo en las Manos de Dios...que poder y que tranquilidad tan inmensa siento cuando decido aceptar con humildad lo que considero ya no poder evitar; me someto a la enfermedad con la confianza depositada en mis médicos. Tomo la determinación de seguir con fidelidad las recomendaciones y tratamientos que ellos me procuran. Le apuesto a la medicina que me enseñaron mis profesores; me propongo salir adelante. Seis sesiones de quimioterapia, son formuladas como la propuesta, científicamente recomendada, para combatir el mal...con dos más opcionales que podrían ser “negociables...” en la medida del éxito del tratamiento, según las palabras de mi oncólogo. Las consulta médicas de control, estaban destinadas, también, a tener en cuenta la respuesta de las diseñadas inicialmente. Aparecen muchísimas personas que me trazan diferentes dietas para afrontar los “supuestos efectos secundarios...”; lógicamente, también se presentan personas tanto optimistas como pesimistas que con sus consejos llenan de mensajes mi pensamiento que se halla en transición; salen los que me traen una interminable lista de “santos...” a los que debo encomendarme y pedirles por las diversas molestias que se irían presentando a medida que avanzara este proceso; por momentos sentí que estaba, yo, “eligiendo” aquellas hojas de vida de personajes santificadores e ilustres que estarían en el acompañamiento de mi enfermedad. Comprendí que mis amigos buscaban la manera de apoyarme. No de sentenciarme. Los efectos adversos y citotóxicos de la quimioterapia no se hicieron esperar; brotan paulatina y progresivamente desde el inicio de las primeras dos o tres quimioterapias; la vanidad cede rápidamente con el aspecto que ofrece mi alopecia temprana, con la presencia de las náuseas, los vómitos, la repugnancia a la comida, la palidez generalizada, la pérdida de peso, los calambres, la diarrea, la visión borrosa, las llagas en toda la mucosa oral, el insomnio pertinaz, la depresión, el pánico, las molestias gastrointestinales difícilmente definibles, el desaliento, el pesimismo que siempre aparecían cinco o seis después de cada sesión quimioterapéutica; se aliviaban tenuemente unos días antes del siguiente tratamiento; debo admitirlo pero muchas veces pensé en claudicar; pero allí estaban mi esposa y mis dos hijos, que siento, sufrieron más que yo este tratamiento; no los podía defraudar; así mismo, el soporte de mi familia, mi mamá y mis hermanos se hacía cada vez más presente. Consideraba día a día mucho más a los pacientes que acudían a mi consultorio y pensaba en el ejemplo que yo debía darles; ¿con qué clase de autoridad me sentaba a escuchar los problemas de ellos si yo me sentía incapaz de manejar los míos?...más fuerza tuve para combatir la enfermedad. Sentí la necesidad de volver a mi consultorio a trabajar lo más inmediato posible...me parece que todo eso me ayudó muchísimo. Mis pacientes me han enseñado profusamente. Aprendí a disfrutar las cosas bellas de la tristeza y lo triste de la belleza, de acuerdo a lo que uno de ellos me platicaba. Un gran amigo y profesor de psiquiatría, que siempre estuvo a mi lado, constantemente me repetía “...busca ser pasivo frente a la enfermedad...deja todo en manos de Dios primeramente y deja obrar a los médicos...si luchas para vivir por qué te matas por buscar...la solución está en la serena decisión de aceptar...”. Conocí al Cristo Jesús como la chispa superior y divina que habita en todos nosotros. Es la fuerza del Omnipotente que conduce todo nuestro ser. ¿Que más consuelo que todo esto?. La fe se vigoriza y robustece de una manera inconmensurable. Comprendí que nuestros temores, muy humanos por cierto, limitan la fluidez de ese ímpetu interior que siempre esta allí, pero que brota con creciente poderío ante el indestructible llamado que se hace con las preces nacidas del corazón. No abandoné mi visita a la iglesia, semanalmente, mientras mis fuerzas lo permitían; tampoco la comunión; me dediqué a la oración diaria del Santo Rosario y mi novena al Espíritu Santo. Todo ello fue mi consolación, mi resguardo y mi permanente compañía. Se termina la última, sexta y programada quimioterapia. Me siento desbastado y muy alegre de haber cumplido mi cuota de sacrificio; logré culminar lo que por momentos sentí que jamás lograría; mi cuerpo no resistía más pero el inmenso deseo de vivir, de seguir al lado de mis seres queridos, de continuar manteniendo mi misión profesional con mis queridos pacientes, inclinaron decididamente la balanza para conservar mi existencia, hasta que El Señor lo decida. A los cuarenta días después de la última sesión quimioterapéutica, mi oncólogo resuelve solicitar una Tomografía de Emisión de Positrones (PET) para verificar la presencia de la dinámica del metabolismo cancerígeno, que se advierte con la estampa del mismo tumor en mis ganglios y células linfáticas afectadas. Resultado final: “en el presente estudio no hay actividad del cáncer”. Mi vida cambió totalmente; se presentó un giro de 180º en mi absoluta subsistencia. La alegría empieza a invadir todos los costados de mi pálpito vital. Mi familia a la vez se transforma; los días de dolor, llanto, silencio y depresión, comienzan a desalojar los recónditos de mi hogar. ¡Que aprendizaje tan doloroso pero tan grande, acabo de recibir!; el crecimiento fue inmenso e inversamente proporcional al descenso de mi tumor linfático. Mi espíritu se siente totalmente renovado. Las reflexiones poco a poco inundan mi pensamiento. Le doy un valor distinto a mi cotidianeidad. ¿Por qué tantas quejas infundadas hacían parte de mi diario vivir?; ¿por qué tantas lamentaciones?. ¿por qué me compliqué en tantas cosas...realmente inútiles? La felicidad está en las cosas más sencillas de la vida y que son, realmente, las más hermosas; en un amanecer, en una tarde lluviosa, en la naturaleza; está en mi familia, en mi trabajo, en mi profesión, en mis amigos, en mis hermanos, en mi madre, en mis hijos y en mi amada e inseparable esposa; ellos jamás me abandonaron aunque sufrieron, más que yo, mi enfermedad. Mi mujer representó el pañuelo de lágrimas, que a pesar de su amarga congoja y de sus miles sollozos, demostró en cada segundo de su amor, su fidelidad y todo el más tierno y cariñoso acompañamiento que posteriormente representaron ser los bastiones de mi recuperación. Desde que me conozco, mi convicción y fe católica ha permanecido dentro de los pasos que he caminado. Mi gratitud con Dios y la Santísima Virgen, estará por siempre en cada aliento de mi respiración. El cáncer tiene un triunfante tratamiento. Hay que afrontarlo. La vida es un regalo de Dios. Todo tiene un significado, muy grande en nuestras vidas y trabaja a favor de nuestra evolución y crecimiento. |
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| Pablo Alberto Chalela Mantilla, M.D. | |||
| Médico Psiquiatra | |||
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| Última modificación: Junio 5, 2012 | ||||