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MIS SENTIMIENTOS PUEDEN SER LIBRES

Pablo Alberto Chalela Mantilla, M.D.

MÉDICO PSIQUIATRA

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En alguna ocasión, un paciente me comentaba que se sentía “muy mal...” porque su mujer le  llamó la atención al quemar incidentalmente un “coge-ollas”; éste es un material de tela que se utiliza para manipular los utensilios de la cocina que se encuentran bien calientes; el infortunado esposo, intentó retirar una cacerola del fogón en donde preparaba su comida usando la herramienta en mención con tal suerte, que dicho material (seguramente defectuoso) sufrió daños irreparables; la señora le reclamó pero no en forma airada y más bien con cierto tono cariñoso: “...me quemaste el coge-ollas...”; refiere, el consultante que posteriormente él se pone a reflexionar “¿...me quemaste el coge-ollas...?, pero si yo no tuve la voluntad de quemarlo... solo lo llevé para mover la olla y se quemó el agarradero... yo no tuve la intención de dañarlo... ese “me quemaste” quedó como si yo lo hubiera hecho a propósito... tan solo fue un accidente...”.

 
 
   
   

Esta situación tan cotidiana, tan común, tan inocente, no es que deba pasar inadvertida ni tampoco porque deba ser analizada por una persona altamente suspicaz o como se diría popularmente, una persona paranoide; no es que sea el alimento de las que llamamos ideas de referencialidad (soy el objeto de referencia de los otros) o de las ideas de alusión (me siento aludido o señalado por los otros).

Considero que tal ocurrencia puede ser el argumento vivo y permanente de lo que es la responsabilidad de mis actos e igualmente de la responsabilidad de mis sentimientos.

Le entreoía a uno de mis profesores con alguna frecuencia la siguiente frase: “...nadie es responsable de los sentimientos de los demás... yo solo soy responsable de los míos como también lo soy de mis actos...”; con regularidad escucho en mi consultorio quejas como: “...es que él (o ella) me hirió---él (o ella) me ofendió... él (o ella) me partió el corazón... él (o ella) me hace sufrir... él (o ella) me hace daño...”; la pregunta que inmediatamente surgiría es: “...¿desde cuándo usted permite que lo hieran?... o ¿desde cuándo usted admite que lo hagan sufrir?...”; ¿dónde está la libertad  que tengo para elegir o rechazar ese sentimiento?; soy yo el que permito que me hieran o no me hieran; los otros no son dueños de mis sentimientos; ese es mi problema y es mi espacio.

He notado que se está convirtiendo como una costumbre muy constante en dejar que los demás asuman la responsabilidad de mis sentimientos o de mis actos y además dicha situación estará afectando mi estado de ánimo.

Se acepta con facilidad el papel de “víctima” frente a esos comentarios; “...es que él (o ella) no me hace feliz...” o “...no me hace sentir bien...” o “él (o ella) me hace sentir feliz...”; entonces, si aprobáramos dicha frase, estaría convenciéndome que prácticamente “sin él (o sin ella),  yo mismo o yo SOLO no me toleraría”; ¿en qué se convertiría mi autoestima o mi autodeterminación?; ¿en dónde está el poder que poseo en decidir qué es lo que yo deseo o qué es lo que yo quiero sentir?

Percibo que estas frases nos generarían diversas clases de energías internas, desde luego no muy placenteras; me demuestro que yo no podría ser feliz sin el consentimiento del otro (o de la otra). Pensaría que logro hacer sentir culpables a los demás si yo no me encuentro bien; y al parecer lo conseguimos. Todo es un círculo vicioso porque también  tendremos certeza de nuestra culpa si el otro (o la otra) no se siente bien. ¿Dónde está esa responsabilidad de NUESTROS sentimientos?.

Lo mejor que hubiese podido ocurrir con el episodio del “coge-ollas” era el siguiente: “oye...al destapar el guiso se quemó el coge-ollas...aprendí que deberé tener más cuidado...”; resulta que él NO LO QUEMO (pues en ningún momento planeó eso), se dañó por un acto, tal vez de imprudencia, posiblemente banal pero de todas maneras evitó el que él se hubiera hecho daño a si mismo.

Yo no hago sentir bien o mal a los demás, no tengo ese poder; mi pretensión, ojalá así fuera, es que todos por sí mismos se sintieran bien, INDEPENDIENTEMENTE de lo que haga o no haga. Ese poder está dentro de cada uno de nosotros mismos. Estoy bien con él ( o con ella) o sin él (o sin ella).

Busquemos esa responsabilidad en nosotros, en nuestro yo esencial; nunca olvidemos que tenemos las llaves de esa libertad para realizarlo. Nadie nos  lo hará por nosotros.

Este artículo es solo para llamar a nuestra reflexión; ojalá produjera la satisfacción que yo deseo. Hasta allí llega mi acto de responsabilidad. El agrado o desagrado por este escrito, cada uno lo experimentará a su manera.

No es mi culpa; es su responsabilidad.

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Pablo Alberto Chalela Mantilla, M.D.
Médico Psiquiatra
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